L.E.V. Festival 2019, sensibilidad experimental

Por Alejandro Rodríguez



Si hace 13 años dabas un paseo por Gijón y le preguntabas a algún guaje sobre arte audiovisual experimental, probablemente muy pocos habrían sabido contestar y otros tantos seguramente habrían expresado una mirada desconcertada. Hoy gracias a la pasión y el trabajo de un grupo de personas con una sed insaciable de innovar, y un olfato bastante agudo a la hora de seleccionar, el conocimiento de este universo ha ido aumentando de manera exponencial. De hecho, muy pocos nos imaginaríamos que una pequeña ciudad del norte de España pudiera llegar a convertirse en una referencia internacional de la vanguardia de la música electrónica.

Para quienes estábamos allí por primera vez, la localización suponía un verdadero regalo para la vista. Ideada en primera instancia como un orfanato minero para ser transformada con el tiempo en Universidad Laboral, la imponente construcción que se presentaba ante nosotros rebosaba majestuosidad por cada uno de sus rincones. Construida según los ideales de la arquitectura clasista, en el centro de las edificaciones se encuentra la plaza alrededor de la cual se disponen la iglesia, la torre el teatro y los edificios de dirección. Según nos habían comentado, en ediciones anteriores esta iglesia se utilizó para alojar las actuaciones como las de Esplendor Geométrico o Vatican Shadow.

Aunque el festival se compone de actividades de diferente índole durante toda la semana, hemos creído conveniente dar especial protagonismo a lo ocurrido en el Teatro de la Laboral, ya que es donde se concentraba los shows más vanguardistas en lo que a propuesta artística se refiere.

La misa de Refik Anadol

Como antesala de lo que íbamos a vivir en el auditorio, dirigimos nuestros pasos hacia el interior de la iglesia, donde se encontraba la instalación de Refik Anadol- Melting Memories. Aunque fue presentada hace poco más de 1 año, la organización del festival decidió de manera bastante acertada que eso no era problema para que copara el protagonismo del interior de la capilla. Se trataba de un marco de poco más de 2x2m en la que se repetían en bucle una serie de composiciones formadas por pinturas de datos, esculturas de datos aumentados y proyecciones de luz. Las diferentes texturas blanquecinas parecían salirse de la estructura, como si una forma de vida se tratara y procurase escapar de la prisión cuadrilátera en la que se encontraba. Variaciones aleatorias que parecían impulsadas por soplos de viento como si la brisa de los acantilados atravesaran las paredes de la iglesia e interfirieran de alguna manera en su movimiento. Todo ello acompañado de unas composiciones de drone/ambient que se fundían a la perfección con la obra visual.


Investigando un poco, pudimos saber que Anadol se dedica a “recoger datos de los mecanismos neurológicos de control cognitivo a partir de un electroencefalograma, el cual mide cambios según la actividad de las ondas cerebrales, ofreciendo ejemplos de cómo funciona el cerebro. El conjunto de datos recopilados son los que posteriormente constituyen los bloques de construcción de los diferentes algoritmos que el artista utiliza para sus estructuras visuales multidimensionales.”

Escaneos, péndulos, abstracción pura y Lanark Artefax

El fin de semana iba a destacar por una serie de world premieres a las que íbamos a tener la oportunidad de asistir. La primera de ellas sería la llevada a cabo por el dúo Schnitt (Marco Monfardini y Amelie Duchow), quienes regresaban al L.E.V., acompañados en esta ocasión por Gianluca Sibaldi, para presentar ScanAudience. Como su propio nombre indica, consistía en el escaneo de los asistentes a tiempo real, que utilizarían para desarrollar su performance a partir de un software desarrollado por los artistas.

Diferentes tipos de escaneos del público desde distintas posiciones aumentando la velocidad y la nitidez de los mismos. Desde la identificación de las figuras en forma de numeración hasta posiciones marcadas únicamente con vectores, e incluso señalizaciones con puntos rojos. El barrido variaba de planos generales a sectores acotados de público, con el acompañamiento de sonidos agudos y estridentes, como si fueran los producidos por las mismas señales recibidas del escaneo. Cada elemento procesado era interpretado de una manera particular, para dar lugar a una representación tan exacta y minuciosa de nosotros mismos que podía llegar a ser inquietante. Hubo momentos en el que el escaneo también fue representado en gráficas tipo espectro de frecuencias o mapas de calor.

Fue inevitable no hacer una relación directa con la exposición “Mas allá de 2001: Odiseas de la inteligencia” en la que se se trataba la evolución de la IA en los sistemas de reconocimiento faciales, y cómo esto podría llegar a poner en duda nuestra privacidad. En nuestra opinión uno de los temas más candentes que existen hoy en día cuanto se habla de ética y evolución tecnológica.

A continuación, Myriam Bleu nos proponía Ballistics, un espectáculo en el que cuatro péndulos armados con sensores de movimientos darían lugar a una serie de ritmos irregulares a partir de una síntesis modular digital. Estos objetos que colgaban del techo estarían conectados por wifi a la fuente del sonido, por lo que antes del inicio del show se hizo mucho hincapié en que desconectáramos nuestros móviles o los dejáramos en modo avión.

Todo comenzó con un ambiente oscuro y mucho humo, de tal manera que la silueta de Myriam apenas podía intuirse en el escenario. Poco a poco fue cogiendo y lanzando de manera pendular estos dispositivos, que se iluminaban con su tacto y que perdían presencia cuando los dejaba a su libre albedrío. Como si de un baile se tratara, la figura de la artista se diluía en el entorno que había creado para marcar el compás de la obra. Estuvimos muy atentos para intentar comprender el funcionamiento en sí, y creemos que la variación de los sonidos podrían depender de la rigidez de los movimiento o de la posición en la que se encontraran respecto a la vertical.

Se nos vino a la mente el funcionamiento de esa controladora que utiliza Kink en sus directos y que vuelve loca a la gente jugando con los parámetros de los efectos con algo tan simple como el movimiento de su muñeca. Con el añadido final de unos láseres proveniente de los laterales, presenciamos una actuación original en la que se demostraba que era posible crear espacios audiovisuales, utilizando elementos y técnicas que nos son tan comunes.

Seguidamente, Elias Merino y Tadej Droljc presentaron la world premiere de Synspecies, que supondría la continuación de la instalación Spaceless Latitudes que expusieron en la pasada edición del L.E.V.


Esta segunda parte de la obra, estaba protagonizada por una serie de objetos visuales que iban acompañados de sonidos experimentales de tal manera que se creaba un entorno audiovisual muy complejo desde el punto de vista técnico y muy abstracto artísticamente hablando. Era como si las reglas del tiempo o el espacio hubieran sido creadas para ser se burladas constantemente. Sin embargo, dentro del aparente caos todo parecía tener un orden lógico, hasta incluso en ciertos momentos se conseguía detectar algún ritmo concreto que se desvanecía en el momento en el que las leyes rítmicas de nuestro cerebro eran capaces de procesarlos.

La violencia con la que las imágenes y sonidos recorrían todo el espectro era comparable a la belleza que producía esa conjugación de estímulos. Sin duda fue uno de esos momentos en los que se nos erizó la piel debido a la intensidad sensorial que estábamos experimentando. Por eso mismo para nosotros significaría una de las actuaciones más destacadas del festival.

Casi sin tiempo para recuperar el control de los sentidos, comenzaba el que fuera el artista más esperado: Lanark Artefax. Aunque no fuera primicia mundial y referentes como Sónar ya lo hubieran alojado, eso no devaluaba ni una milésima la actuación.

Había llegado el momento de ver a aquel que había conseguido llamar la atención de Lee Gamble o al mismísimo Aphex Twin. Con una puesta en escena que ocupaba todo el escenario el de Glasgow estaba preparado para mostrarnos los entresijos más recónditos de su mente. En la parte central se situaba el monolito rectangular en el que por momentos se dibujaban tímidamente una serie de figuras, rodeadas del marco de la estructura que se iluminaba por momentos; alrededor los focos distribuidos de manera minuciosa y en la parte izquierda una especie de jaula donde se situaba Calum.

La primera mitad de la actuación podría resumirse en una consecución de sonidos, destellos de luz y humo que parecían no tener dueño, ni seguir ningún patrón. Las ondas de sonido cada vez más reconocibles de Lanark viajaban sin rumbo mezclándose con los fogonazos epilépticos de los focos. Hacia la mitad del set pudimos reconocer la primera caja que marcaba un ritmo concreto, y fue a partir de ese momento cuando la abstracción fue derivando en algo mucho más concreto y rítmico. La intensidad iba subiendo según iban pasando los minutos alterando y poniendo al límite nuestro córtex, hasta llegar al punto final donde el auditorio reconoció en forma de ovación el gran trabajo del que va en camino en convertirse en un icono del IDM de nuestro tiempo.

Tras asimilar todo lo del Teatro de la Laboral, cambiamos de escenario para continuar en la Nave. Allí vimos las actuación de Bliss Signal, donde la conjugación del Black Metal atmosférico de James Kelly y el grime de Jack Adams dieron lugar a una atmósfera cargada de sonidos que parecían estar sacados de la ultratumba junto a una iluminación intensa que se fundía con el humo del escenario; el esperado live de Overmono, quienes con sus ritmos rotos fueron los primeros en soltar un kick nítido en la nave, cosa que el público agradeció bastante, y los que fueron responsables de cada uno de nuestros movimientos durante su set, como péndulos de Myriam Bleu, cerrando con los dos cortes de su última referencia en Whities; y por último Hiro Kone, quien redujo considerablemente las revoluciones para ofrecernos una visión particular de electro a bajos bpms. 



De la polémica Barbieri a la obra magistral de Augier & Alba G Corral

Ya era sábado, y el ambiente en la Laboral no había decaído. Esa misma tarde tuvo lugar en el Museo del Pueblu d’Asturies el live de Jailed Jaime aka Skygaze, de quien nos quedamos con las ganas de ver y más aún con la buena crítica que nos dieron unos cuantos conocidos.

La primera actuación que vimos de la noche fue la también esperada Caterina Barbieri, que realizaba su primer show A/V en colaboración con el artista visual Ruben Spini. Desde el comienzo las secuencias de sonidos orgánicos carentes de percusión fueron el hilo conductor. Una serie de grabaciones conformaban el acompañamiento: cámaras en avionetas, diferentes planos de bosque, ríos, atardeceres, molinos de viento… Cuando estos últimos aparecían en escena, el audio degeneraba en sonidos con mucha reverb, derivando en una nueva secuencia con ondas repetitivas como si de un ciclo cerrado se tratara. Una historia contada por capítulos muy similares entre ellos en las que destacó el momento en el que cogió el micro para ponerse de perfil en los que su silueta le conformaban una forma celestial.

Hubo opiniones muy divididas en su actuación, ya que a nivel conceptual pudo ser interesante pero en cuanto a complejidad se refiere, fue un poco pobre. Sobre todo si tenemos en cuanta el despliegue modular que tenía ante ella y del cuál manipularía un porcentaje muy pequeño.

Tras unos intensos debates sobre el set de la italiana, entramos por última vez en el Teatro para ver ex(0), la world premiere de Alex Augier y Alba G. Corral, que correspondía a la segunda parte de “un poético díptico audiovisual inspirado en el mundo biológico” Metidos en una maya circular con sus figuras enfrentadas, comenzaron la que probablemente fuese la actuación que más nos sorprendió de todas las jornadas. En un primer acto se distinguieron una serie sonidos violentos que iban acompasando el movimiento de los visuales. Como si de una bso de seres mitológicos se tratara, siguieron con un discurso perfectamente compenetrado. Sin duda, se trató de una experimentación sonora con un guión original y con transiciones muy acertadas. La expresión estática de Alba, contrastaba con la energía de movimientos de Alex, que por momentos parecía poseído

Lo que realmente hizo que nos quedáramos estupefactos, fue el modo en el que Alba manejaba los visuales de tal manera que se extendieran más allá de la maya, para utilizar el propio teatro como una superficie adicional y así prologar su arte. La estructura suponía el núcleo de donde emanaba energía en forma de luz, sonido y movimiento. Los instrumentos acústicos como chelos u órganos se transformaban en sonidos metálicos y vibraciones artificiales. Una verdadera obra de arte que nos puso los pelos de punta de principio a fin.

Para terminar ya nuestro fin de semana, fuimos a la Nave de nuevo. Allí Robin Fox se marcó un show de láseres acompañados de muchos sonidos abstractos que poco a poco fueron derivando en compases definidos; Gazelle Twin destacaba por su curiosa estética en la que cubrían todo su cuerpo con un traje rojo; el mundo fantástico creado por Seamus Malliagh aka Iglooghost y su característica puesta en escena; la intensidad de Radicoative Man y su gran complicidad con el público; y la traca final llevada a cabo por el veterano Oliver Ho también conocido como Broken English Club. 


La oferta de festivales en España cada vez es más amplia y variada, pero si lo que se pretende es empaparse bien de la escena más artística y experimental, pasar por el L.E.V. es más que obligatorio. Por suerte no habrá que esperar hasta el año que viene para una nueva edición ya que su versión madrileña se celebrará en el Matadero durante el próximo mes de octubre.


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Fotos y Vídeo: Esperanza Emilia Rodríguez

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