Rüdiger y la confluencia de estilos

El vascofrancés publica The Dancing King en Forbidden Colours el disco que lo confirma como un solista con un sonido pop rock resplandeciente impregnado de una electrónica ensoñadora




Rüdiger lleva siendo un secundario de lujo dentro de la escena musical vasca más independiente. Batería de Willis Drummond también ha participado con su dominio de las baquetas con con Petit Fantôme, Joseba Irazoki y hasta Duncan Dhu entre otros. Sin embargo Felix Buff dio un paso más allá en su carrera musical con el parón que supuso la pandemia. En diciembre de 2020 lanzó su primer disco en solitario llamado Before It's Vanished en el que además de tocar varios instrumentos y cantar se nos revelaba como un artista con una propuesta pop psicodélico llena de personalidad con melodías luminosas y unos arreglos sofisticados. Ahora con The Dancing King como segundo álbum expande y solidifica su discurso que en esta ocasión ve la luz en Forbidden Colour y Usopop Diskak.

Tras dos avances previos, como fueron el single 'The Dancing King' y la comprometida 'Memories', nos daban las dos caras de la moneda de las intenciones de Rüdiger con su música. Por un lado el escape de la realidad en nuestro mundo interior y, por otro, darnos de bruces con ellas. También sirve para maravillarnos con su concepción musical tremendamente orgánica y muy imaginativa con un pop construido a base de engranajes folk, rock y jazz recubierto de un manto electrónico tan sutil como efectivo. Todo esto lo explota con lucidez y buen gusto en las siete canciones restantes de este trabajo en largo desarrollado junto a su hermano Johannes en el estudio Shorebreaker y con la colaboración de amigos como Vincent Bestaven (Botibol), Joseba Irazoki y Antoine Philippe, además de la dupla Paris Egyptology, Pierre Loustaunau (Petit Fantôme) e Iban Urizar (Amorante). Sí, todo queda en familia.

Parece que Rúdiger pretende seguir los pasos de figuras como Robert Wyatt y David Grubbs pero su música bebe de muchas influencias. La imagen que a uno se le viene a la cabeza sería como si Thom Yorke, Neil Young, Paul McCartney y Aphex Twin estuvieran tomando el té en un club de jazz. Con unas gotitas de LSD en la taza. Sus composiciones son atrevidas y muy evocadoras donde se nota que cada detalle está trabajado con mimo y pasión. 

Una paleta sonora en la que conviven cuartetos de cuerda, clarinetes, flautas, contrabajos, bombardinos, trompetas, sintetizadores y teclados varios para explorar nuevos territorios y embelesar al oyente con temas con una duración media más propia de otros tiempos. Canciones para ser rumiadas y descubrir nuevas sorpresas en escuchas posteriores. La belleza de su música reside en su capacidad para combinar un tono frágil con otro más extraño generando emociones para conmover al oyente.

Al consabido escapismo permanente de ‘The Dancing King’ se suma la oda a la naturaleza que representa ‘The Receiver’ en la que su pasión por sonidos electrónicos queda más que patente. Si en ‘Memories’ nos relataba el viaje de un migrante, en ‘Breathe’ señala la inacción de los gobiernos ante el calentamiento global mientras que ‘Till you’re gone’ alude al miedo de los futuros inciertos. El amor funciona como evasión en la lisérgica ‘Once I was away’ pero además se atreve a desnudar su alma con temas mucho más personales como ‘Spot on’, una canción sobre la pérdida de un amigo cercano, y su manera de mirar a la familia y a la infancia con ‘Where I Belong’ y ‘Savage days’.

Los textos de Rüdiger son una especie de diario personal de situaciones de la vida real y una salida ante un mundo al borde del precipicio y eso es lo que nos traslada en un disco que es pura confluencia de estilos.

Así suena:

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